El mes de mayo de 1928 los habitantes de la ciudad de Mazatlán padecían una epidemia de viruela que venía cobrando víctimas entre la población infantil. Pronto la alarma cundió entre los mazatlecos y los medios impresos empezaron a tocar el tema de la epidemia, pero también haciendo las recomendaciones tradicionales de crear la famosa Junta de Sanidad que reunía a los médicos existentes en la localidad para generar un plan de acción con el apoyo de las autoridades y de los fondos municipales, erradicar o al menos disminuir los riesgos de contagio y muerte.
Entre los medios impresos destaca El Demócrata Sinaloense, un diario de circulación e influencia local que a través de su columna Editoriales del Demócrata advertía de la presencia de muladares o tiraderos de basura a cielo abierto por las orillas de la ciudad a donde los carreteros privados que hacían el servicio de recolección de basura iban y la tiraban a cielo abierto, sin enterrar o incinerar. Así las notas de editorial mencionan los rumbos de Palos Prietos en un gran arco que llegaba a espaldas del panteón municipal número uno, por la actual avenida Gabriel Leyva.
Pero al interior de la ciudad también había tiraderos de basura y a escasos metros del mercado, por el rumbo del cuartel Rosales, estaba convertido en excusado público. Una situación aún más dramática se describía con el lamentable estado del drenaje y el gran problema de rebosamientos de alcantarillas y derrames de aguas negras. Aún más cuando la pequeña población de escasos, pero hacinados treinta mil habitantes, en su mayoría arrojaba aguas residuales a las calles mientras que la que era bombeada por el drenaje se vertía directamente a la Playa Sur por el antiguo barrio del Astillero.
Con anterioridad, las aguas negras eran enviadas también a la Playa Sur, al sitio conocido como «pozo negro», que por ser parte baja corrían como riachuelo hasta la playa.
Sin embargo, al trasladarse la salida de la tubería al Astillero se formaba una laguna de aguas fecales que por el lento flujo de corrientes permanecían estacionadas y sujetas al flujo y reflujo de mareas. Esta situación era denunciada ante autoridades y periódicos por los vecinos de aquellos viejos barrios de pescadores del Astillero y de la Puntilla, por la calle Constitución al oriente, que no soportaban los malos olores y presencia de basura y plagas.
Ya desde abril de 1924 el mismo periódico había dado a conocer la noticia de la visita en Mazatlán del ingeniero Miguel Ángel de Quevedo, asistiendo a la instalación y protesta de la nueva Sociedad Forestal de Mazatlán que entre sus planes contemplaba una intensiva campaña de arborización de los cerros del Vigía, de la Isla del Crestón y del Estero del Infiernillo, labor que de realizarse traería como consecuencia cambios muy importantes en el clima, ambiente e higiene con grandes beneficios para la población.
A su vez, estas acciones darían pie a la creación de atractivos como parques recreativos en el estero del Infiernillo y Arroyo de los Jabalines, así como en la Isla del Crestón que desde entonces ya se contemplaba como un atractivo para la naciente actividad turística.
La visita del ingeniero Miguel Ángel de Quevedo tuvo su resonancia, pues fue a impartir una charla al teatro Ángela Peralta y disfrutó de un programa artístico donde hubo canto por parte de la señorita María de Jesús Ramírez y el señor Roberto De Cima. El programa lo dirigió el licenciado Alfonso Gastélum; una alumna de la Escuela Número Cuatro recitó el poema titulado “El Indio” y para terminar, la orquesta tocó algunas piezas para el disfrute final de la reunión.
Antes de partir a la ciudad de México, el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo fue consultado por el Ayuntamiento sobre el tema del drenaje y las descargas de aguas negras. El problema no le era nada ajeno, de hecho, al ser un problema tan notorio, se tenía que buscar una solución.
Al tiempo, el ingeniero hizo llegar su estudio al Ayuntamiento; su propuesta fue la de buscar la manera de arrojar las aguas negras inevitablemente al mar, pero la descarga debería realizarse en la parte final o punta del Paseo del Centenario, donde el fuerte flujo de corrientes marinas arrastraría los desechos mar adentro. También recomendó que desde el sitio de bombeo se instalara una tubería con una extensión de mil ciento setenta metros y un diámetro de cuarenta centímetros. Acabando así con el vertedero de aguas negras sobre la Playa Sur.
La propuesta del ingeniero Miguel Ángel de Quevedo fue funcional y cuando la Isla del Crestón dejó de serlo, ahí se instaló la planta tratadora de aguas negras y el emisor submarino. Hasta que en años recientes la planta tratadora dejó de funcionar por una decisión gubernamental arrebatada y arbitraria que tiene como propósito el uso turístico y recreativo del Cerro del Faro o del Crestón, cuando era más conveniente conservarlo en esas condiciones plebeyas de ser un espacio dedicado al tratamiento final de los desechos nuestros de cada día.
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