En las zonas metropolitanas de todo el mundo resulta casi imposible mirar estrellas debido al derroche de luz y sus efectos sobre el entorno.
Es probable que el miedo a la oscuridad o nictofobia sea uno de los temores más difundidos entre los seres humanos. Desde que somos niños, muchos de nosotros pedimos a nuestros padres que no apaguen la luz hasta que nos quedemos dormidos y algunos adultos todavía salen corriendo de la cocina luego de servirse un plato de cereal y oprimir el interruptor junto a la puerta. Por distintas razones religiosas, culturales, o por un mero hábito, asociamos la oscuridad como un espacio habitado por lo maligno, lo desconocido, lo que puede hacernos daño, mientras que la luz nos reconforta y nos proporciona una sensación de seguridad. Después de tantos años y aunque parezca inverosímil, los seres humanos recreamos cada noche la experiencia de la cueva oscura, el animal que acecha y el benigno fuego de la hoguera.
Ya sea con antorchas, velas, lámparas de aceite, alambres incandescentes o luces led, los seres humanos hemos ido extendiendo nuestro dominio sobre la noche. Prometeo es considerado un héroe porque le robó el fuego a los dioses y con él nos abrió las puertas de la civilización. Según otro mito, un niño nació en Belén cerca del solsticio de invierno y a partir de entonces los días se hacen más largos y la oscuridad es nuevamente vencida. Unos señores franceses, creadores de las democracias modernas, vincularon a la luz con la razón y a la oscuridad con la ignorancia y desde entonces ser racional e inteligente se asocia con tener luces encendidas sobre la mollera. Por su parte Tesla y Edison son considerados “santos patronos” de la ciencia y la invención porque sus luces nos iluminaron el camino hacia el progreso, la seguridad, la industria, la velocidad y el encanto colorido de lo que relumbra.
Si todo ha ido bien hasta entonces, si derrochar luz a diestra y siniestra no ha traído más que cosas buenas, ¿por qué querríamos volver a la oscuridad o hacer una defensa de los cielos oscuros? La respuesta a esta pregunta implica pensar en lo que la luz nos impide ver y en el impacto que el uso antropocéntrico de la luz tiene en el entorno.

Las luces y sus efectos
En primer lugar habría que decir que los humanos iluminamos mucho más de lo necesario y lo hacemos con los medios incorrectos. Basta mirar el alumbrado público de la mayoría de las ciudades para observar que, en lugar de iluminar banquetas rotas, esquinas y veredas peligrosas, arrojamos luz al cielo con lámparas del siglo pasado. Iluminamos hasta la madrugada avenidas desiertas y anuncios de tiendas que solo ven los insomnes. Arrojamos luz sobre el mar en los puertos, en las plataformas petroleras, con los buques y los aviones al igual que en bosques, selvas y desiertos atravesados sin pausa por autos y camiones.
El resultado de este derroche se vuelve evidente al mirar al cielo. En las zonas metropolitanas de todo el mundo resulta casi imposible mirar estrellas. De hecho un tercio de la población mundial, somos casi ocho mil millones, no ha visto y probablemente nunca verá la Vía Láctea, un brazo de nuestra galaxia compuesto por millones de estrellas y que sin la contaminación lumínica que producimos podría verse a simple vista y sin ayuda de ningún instrumento óptico. En 1774 el astrónomo francés Charles Messier publicó un catálogo de 110 objetos del espacio profundo entre los que hay nebulosas, galaxias y cúmulos estelares de todo tipo. Lo sorprendente es que Messier hizo sus observaciones desde un observatorio instalado en el centro de París, algo que hoy en día es prácticamente imposible.
Contaminación lumínica
En 2001 el astrónomo aficionado John E. Bortle publicó en la revista Sky&Telescope una escala que lleva su nombre y se utiliza para medir el brillo del cielo nocturno y la contaminación lumínica. Gracias a la escala Bortle los astrónomos de todo el mundo pueden tener un referente numérico para identificar la calidad del cielo en distintas latitudes y así lograr mejores observaciones. La escala cuenta con nueve niveles, siendo 9 el que representa el cielo en el centro de una ciudad y el 1 el cielo oscuro excelente. Dependiendo de la ciudad en la que nos ubiquemos casi todos podemos observar los objetos más brillantes del cielo nocturno como son la Luna y algunos planetas, conforme nos alejamos de los núcleos urbanos la cantidad de objetos observables se incrementa considerablemente hasta llegar al nivel de los objetos del catálogo Messier, la luz zodiacal y los fabulosos detalles de la Vía Láctea. ¿Qué es lo que impide que esta maravilla gratuita sea accesible para todos nosotros? En definitiva la respuesta está en la adicción humana a la luz.
Es muy importante señalar que la contaminación lumínica no solo afecta a los astrónomos, esos tipos raros que tienen que alejarse cada vez más de las ciudades para poder hacer sus observaciones, sino también a todos los integrantes de los ecosistemas que van siendo absorbidos y colonizados por la actividad humana. Aves, peces, mamíferos y reptiles necesitan de la oscuridad para subsistir ya que sus mecanismos de orientación, alimentación y reproducción siguen dependiendo de los ciclos naturales de luz y oscuridad. Pero nosotros también somos mamíferos y cada vez es más frecuente escuchar a personas quejándose de insomnio, irritabilidad y dificultades para conciliar el sueño, la respuesta a este mal tiene todo que ver con el incesante bombardeo de luz al que voluntariamente nos sometemos y al que regularmente llamamos “entretenimiento”.
Piensa, estimado lector, ¿cuándo fue la última vez que estuviste solo en la oscuridad por 15 minutos? ¿Hace cuánto tiempo no se apaga la luz de tu computadora o tu teléfono celular?
Entonces cabría preguntarse: ¿Los cielos estrellados están condenados a desaparecer? ¿Se puede hacer algo para paliar el efecto de la contaminación lumínica en el entorno? Las respuestas a estas preguntas no son fáciles, pero pasan necesariamente por el esfuerzo de conocer lo que está ahí arriba dado que no podemos cuidar y proteger lo que ignoramos.
Cielos oscuros
Si hemos vivido siempre con la idea de que el cielo nocturno no es más que unos cuantos cuerpos celestes que se ven con suerte detrás de una nata púrpura de luz y aire contaminados, entonces es natural que normalicemos la iluminación indiscriminada y la veamos como un beneficio más de la “civilización”. Por fortuna el cielo se basta a sí mismo para atraer nuestra atención y dos o tres noches verdaderamente claras son suficientes para sembrar en nosotros el interés por el cielo.
Los siguientes pasos podrían ser acercarse a personas que compartan esta curiosidad, salir de la ciudad de vez en cuando, dejarse arrobar por el espectáculo maravilloso y por fortuna gratuito de un cielo estrellado, tomar conciencia del derroche energético, pedir a nuestras autoridades una iluminación urbana más eficiente y revalorar la importancia que tienen para nuestra vida ciertas dosis de oscuridad.

La oscuridad es necesaria para la subsistencia de diversas especies animales porque sus mecanismos de orientación, alimentación y reproducción siguen dependiendo de los ciclos naturales de luz y oscuridad.
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