En este texto, el autor nos guía por los espacios rituales utilizados hace más de mil años por los grupos indígenas del sur de Sinaloa. Mediante una descripción detallada, nos permite visualizar estos lugares y descubrir la importancia de los cerros en dichas celebraciones. El cerro del Muerto, en Escuinapa, es el más representativo.
La etnoarqueología o arqueoetnografía puede definirse como la aplicación de métodos arqueológicos a los elementos etnográficos; es decir, el registro de los vestigios todavía en uso a través de la metodología arqueológica. La información resultante nos ayuda a entender los vestigios arqueológicos por analogía. El uso de la analogía, es decir, la “comparación o relación entre varias cosas, razones o conceptos”, identificando “características generales y particulares comunes que permiten justificar la existencia de una propiedad en uno, a partir de la existencia de dicha propiedad en los otros”, es parte constitutiva de la práctica arqueológica. No obstante, estamos de acuerdo con M. Gándara en que la analogía etnográfica es una fuente de hipótesis, no es sustituto del trabajo arqueológico, pero sí una ayuda en la producción de conocimiento, el cual, será “más fiable o más plausible cuando las sociedades comparadas tengan evidencias de continuidad cultural”.
Las fiestas del mitote
En la actualidad, entre los grupos indígenas de la sierra son las fiestas de mitote, las ceremonias colectivas más importantes, incluso por encima de las de la liturgia católica. Los tepehuanes del sur que sería el grupo geográficamente más cercano a los sitios que aquí analizaremos llevan a cabo tres xiotalh o fiestas de mitote cada uno de cinco días de duración. Los coras celebran mitotes tres o cinco veces al año, coincidiendo con los momentos más relevantes del cultivo el maíz. Los participantes se reúnen de tres a cinco días. Entre los huicholes son también tres grandes fiestas (neixas) las que se celebran entre mayo y octubre.

El objetivo manifiesto de estas fiestas, escribió el etnógrafo alemán T. Preuss hace más de 100 años, es “buscar el favor de los dioses para que envíen lluvias abundantes y faciliten el crecimiento del maíz”. Para Arturo Gutiérrez, un antropólogo mexicano contemporáneo: “Se podría afirmar que en la concepción indígena el universo sigue en movimiento por el efecto que las danzas producen, entendidas éstas como la vía mediante la cual la fertilidad se garantiza, adquiriendo un estricto sentido regenerativo: danzar y hacer lluvia pertenecen a un mismo esquema del pensamiento…”.
No obstante, en la literatura etnográfica normalmente se describen los patios de mitote en términos sencillos, por lo que hace algunos años, cuando se abrió la posibilidad de visitar el espacio ritual cercano a la población cora de Mesa del Nayar (Yaujque’e) conocido como Los Robles, no lo dudamos. La visita se hizo de manera rápida y buscando no alterar ninguno de los elementos. No tocamos, ni mucho menos recolectamos nada; no medimos, el croquis se hizo con pasos. Es decir, aunque no se aplicó a cabalidad la metodología arqueológica, logramos aprehender algunas de las características del lugar, en particular la distribución espacial de sus componentes.

El espacio con los vestigios materiales no se circunscribe únicamente al círculo donde se efectúa la danza y sus alrededores inmediatos, sino que abarca un área considerablemente más grande, de unos 800 metros de este a oeste por 400 metros de norte a sur, la cual está salpicada por enormes peñascos. Está limitado por el sur y el norte por sendos arroyos que se unen más abajo en el este; en cambio hacia el oeste se encuentra un profundo cañón.
Podemos dividir el espacio en al menos cuatro niveles diferentes conformados por sendas terrazas naturales; estando el nivel más bajo al oriente y el más alto en el poniente. Sin embargo, aquí nos centraremos en el elemento principal y sus alrededores, esto es, el espacio circular donde se desarrolla la danza, es decir, el mitote propiamente dicho. El círculo mide solo 10 metros de diámetro y se observaban con claridad los restos de una gran fogata casi al centro.
Hacia el noreste y suroeste, se encuentran varias piedras lajas acomodadas siguiendo la circunferencia del círculo, las cuales pueden funcionar como asientos. Justo al oriente están las huellas de cuatro postes de madera de aproximadamente un metro por lado, tras los cuales se encuentra una piedra con unos pozuelos.

Toda esta área se encuentra limitada, al norte por un arroyo y a sus otros lados por enormes peñascos de roca caliza, y en ellos, tanto entre los intersticios que quedan entre las piedras y el suelo, como en los huecos de la misma piedra están, apenas ocultos, los utensilios usados durante las actividades llevadas a cabo en la ceremonia; los cuales consisten sobre todo en vasijas de cerámica, como ollas, platos, cazuelas y comales, pero también frascos de lámina y botellas de plástico; así como metates, bateas, escobillas e incluso astiles de flechas. Hay también varios tiestos de las vasijas quebradas.

El cerro del Muerto
En 2012, como parte de los trabajos del Proyecto Arqueológico Marismas del sur de Sinaloa, descubrimos que los centros ceremoniales de El Calón, Isla del Macho y Panzacola fueron construidos tomando como referencia, tanto el cerro de las Cabras como el cerro del Muerto (ver Los cerros fueron dioses en el sur de Sinaloa); por lo que decidimos explorarlos.
El cerro del Muerto se localiza en la parte baja de la Sierra Madre Occidental, ya muy cerca de los límites con el estado de Nayarit. Es uno de los puntos más notorios de la orografía visto desde la llanura y la marisma y recibe su nombre porque parece representar una persona acostada boca arriba. Ahí, sobre su ladera poniente se registraron cuatro asentamientos arqueológicos. Aquí nos interesan dos de ellos.

En primer lugar, La Mesa del Muerto, se localiza en una pequeña meseta que está situada al oeste de la cima (la nariz) del cerro del Muerto, o más precisamente, entre el pecho y la nariz. Está conformado por dos áreas semiplanas en las que se construyeron pequeñas estructuras. La del lado noreste son los cimientos de un cuarto de forma cuadrangular de casi 6 metros por lado, con un estrecho porche hacia el oeste. En su esquina suroeste hay una especie de fogón hecho con piedras más grandes que el resto del cuarto. Hacia el suroeste se ubican dos pequeñas plataformas rectangulares gemelas de 8 metros de largo por sólo 5 metros de ancho. En sus extremos hay dos pequeñas estructuras cuadrangulares de sólo 1 metro por lado y entre ambas tres círculos de piedra de un metro de diámetro.


Fue notoria la casi total ausencia de materiales arqueológicos: se recuperaron sólo cinco tiestos pequeños de una olla del tipo, y un machacador de granito, por lo que llegamos a la conclusión de que su uso era temporal.

El sitio Palos Prietos, por su parte se encuentra al noroeste de la silueta, digamos a la altura de sus pies, en una de las estribaciones bajas. Se trata de una zona alargada ubicada entre dos arroyos temporales, por los que sólo corre agua en la época de lluvias. El sitio abarca un área de poco más de 1 hectárea. Destaca una zona más o menos plana de forma cuadrangular, de unos 50 metros de largo por 40 metros de ancho. No sabemos si fue aplanada intencionalmente, pero evidentemente sí fue limpiada, pues está prácticamente libre de piedras, lo que contrasta con sus extremos este y oeste, donde se yerguen unos enormes peñascos.


Justo donde comienza a elevarse el terreno hacia los peñascos de lado este, y como limitando la zona plana, hay un alineamiento de piedras de 7.60 metros de largo en dirección norte-sur. Está elaborado con piedras más o menos grandes y encajadas profundamente. Es probable que además de limitar el espacio, haya funcionado como terraza para contener los escurrimientos desde los peñascos, ya que no parecen ser los cimientos de alguna unidad habitacional, si acaso pudieron funcionar como asientos.

De hecho, no se recuperaron materiales arqueológicos en la zona plana; pero sí se recuperaron restos de utensilios entre los peñascos, o más propiamente, en los intersticios entre las piedras y el suelo. Estos corresponden a tepalcates y una lasca de obsidiana gris clara. La mayor parte de los tiestos recuperados (32 de 33), corresponden a fragmentos de “ollas tejuineras” o cazuelas. Sin embargo, uno de los tepalcates corresponde al tipo Decorado con borde rojo, uno de los tipos diagnósticos en el sur de Sinaloa de la ocupación entre el 800 y el 1100 d.C. aproximadamente.

Además, unos 100 metros al este de la zona llana, hay un espacio en forma de U formado por varias rocas que, aunque es natural, al parecer fue acondicionado. Bajo él, al pie de una de las rocas encontramos un tepalcate y un fragmento de mano de metate. Finalmente, en dos de las piedras del lado este, hay sendos pocitos o “jícaras pétreas”, los cuales recuerdan a los usados como depósitos de ofrendas por los grupos indígenas del Nayar.
En suma, se trata de un espacio plano limitado por piedras grandes donde se localizó material arqueológico. A pesar de la relativa abundancia de cerámica y otra clase de utillaje usados tradicionalmente en las labores domésticas; no podemos considerar este sitio como habitacional, a menos que supongamos que vivían bajo las piedras. Sin embargo, sí hay evidencias de la preparación de alimentos. ¿Estamos quizá en presencia de un espacio ritual?
Si lo comparamos con el patio de mitote de Los Robles, la respuesta se revela sola: sí, se trata de un espacio ritual, un patio de mitote donde se bailaba y comía ritualmente unas tres veces anualmente hace más de 1000 años. De esta forma se confirma la importancia de los cerros y en particular del cerro del Muerto en la vida de los antiguos habitantes del sur de Sinaloa.

Luis Alfonso Grave Tirado es arqueólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), maestro y doctor en Estudios Mesoamericanos por la UNAM. Investigador del INAH Sinaloa en el Museo Arqueológico de Mazatlán. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Desde 1998 realiza trabajos de investigación arqueológica en el sur de Sinaloa donde ha dirigido más de 15 proyectos de investigación. En la actualidad coordina el Proyecto Arqueológico Sur de Sinaloa.