Datos revelan que los vehículos que circulan por la ciudad de Mazatlán equivalen a la mitad de su población. La desigualdad social y el caos vial son algunas de las muchas problemáticas asociadas a este crecimiento vehícular.
El tráfico es el tema, es común que en cualquier plática nos desahogamos por el agobiante caos vial que enfrentamos todos los días y a todas horas en la ciudad; cómo nos afecta y cómo, de manera imperceptible, nos hemos adaptado a vivir en una ciudad, cada vez, con más automóviles y motocicletas en sus calles. Sin embargo, ese crecimiento no es igual en infraestructura, es evidente que Mazatlán no tiene el desarrollo ni la planeación vial que urge para enfrentar la situación. Estudios e investigaciones de organizaciones nacionales e internacionales demuestran que la congestión vial tiene altos costos económicos, ambientales, sociales y emocionales. Sí, nos afecta en todos los aspectos de la vida.
El crecimiento vehicular en Mazatlán se documenta a partir de 2013 con la apertura de la carretera Mazatlán-Durango; la nueva y moderna vialidad acortó los tiempos de traslado de estados cercanos con el objetivo de crecer como destino turístico, pero ese crecimiento implicó otros aspectos no previstos, el caos vial, por ejemplo.
En ese contexto pongamos en dimensión los datos oficiales.
El censo de Población y Vivienda INEGI 2020 indica que en Mazatlán hay 501 mil 440 habitantes. En tanto, en una solicitud de información que pedí por Transparencia al Gobierno del Estado de Sinaloa, me informó que en Mazatlán circulan 224 mil 853 vehículos de automotor, entre vehículos, motocicleta, camiones de transporte y de servicio público. Estos datos revelan que vivimos en una ciudad donde prácticamente son vehículos, lo equivalente a la mitad de su población.
De acuerdo con la información pública que solicité, el otro dato interesante es que en 2022, el número de vehículos en Mazatlán fue de 262 mil 444. El crecimiento porcentual fue de 14.5 en los últimos dos años. Esto equivale a 38 mil nuevos autos en circulación cada dos años, es decir, 19 mil por año.
En ese contexto, si la tendencia continúa, este 2023 Mazatlán sumará 19 mil nuevos vehículos en circulación y pasará de 262 mil 444 registrados el año pasado a 281 mil 444 automóviles.
Siguiendo esa tendencia, para 2024 el Municipio llegará a los 300 mil vehículos en circulación, prácticamente estaremos viviendo entre automóviles, en medio de un caos más esclavizante.

Los retos de la autoridad
La situación de caos que enfrentamos delega desde este momento grandes retos y responsabilidades para autoridades locales y estatales encargadas de la política pública en temas de movilidad social. Sin embargo, tampoco percibo una autoridad que reaccione ante el creciente caos. Ahí está el Instituto Municipal de Planeación de Mazatlán (IMPLAN), paramunicipal encargada de auxiliar al Gobierno local en temas de planeación urbana, a cargo de estudios y diagnósticos que colaboren precisamente a impulsar ese equilibrio y desarrollo en la ciudad. Por el contrario, percibo un IMPLAN codependiente de la autoridad, sin autonomía.
Es importante identificar que el tema de movilidad es transversal con perspectiva de derechos humanos en todos los ángulos, así que también involucra a legisladores, académicos, organizaciones de sociedad civil, colegios de profesionistas, activistas, periodistas; y organismos estatales y federales. El tema es de todos.
Ahora que sabemos con cuántos vehículos convivimos en la ciudad, también es importante saber cómo nos movemos, y hago referencia al estudio más reciente del IMPLAN sobre movilidad en Mazatlán, éste nos revela que 37 por ciento de los habitantes usa transporte público; 32 por ciento usa vehículo; 28 por ciento lo hace a pie, y sólo el 3 por ciento se transporta en bicicleta.

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Los datos indican que, entre usuarios de transporte y del automóvil, suman casi el 70 por ciento de la población local que se mueve en algún tipo de vehículo, se confirma que vivimos entre automóviles.
Los efectos sociales y ambientales
El tráfico nos afecta a todos según nuestro rol. El conductor se estresa sólo pensar que debe salir a la ciudad del caos con más tiempo que antes, en plena mañana, a la hora de su comida o de regreso a casa. En ese trayecto enfrentará calles y avenidas saturadas y es probable que, poco a poco, se ponga de mal humor, incluso, es probable que se desquite con otros conductores en el camino; lo mismo le pasará a él con otros automovilistas. Estar frente al volante detonante de estrés en todos los sentidos.
Si el rol es de usuario del transporte público, nada cambia, el impacto es igual, pero en otro aspecto: el pasajero estará a cargo de otros conductores, tendrá la sensación de pérdida de tiempo por el gran caos; sentirá angustia por el riesgo de no llegar puntual al trabajo donde le pueden descontar parte de su salario por la tardanza, incluso, está en riesgo de perder algún bono por la puntualidad; en la escuela su hijo o hija podría quedarse afuera y entonces entraría en otro conflicto.
En el caso del peatón el impacto es de otro ángulo igual de avasallador. Su tiempo se alarga mientras espera más tiempo en cruzar calles saturadas y crece el riesgo de accidentes, no sólo de atropellamiento, también por caídas o extravío de pertenencias por el descuido. El ciclista o el motociclista se convierten, por su parte, en blanco directo de todos, de conductores y peatones estresados y malhumorados. En una ciudad de caos vial todos perdemos.
Para dimensionar los altos costos del congestionamiento vial en las ciudades anexo los resultados del estudio “Costo de la congestión: vida y recursos perdidos” que difundió el Centro de Investigación de Políticas Públicas (IMCO) en 2019, sin duda, datos que nos obligan a la reflexión desde nuestro papel como sociedad civil, porque nos toca proponer y participar, nada cambiará si nos dedicamos a quejarnos y a ver el problema del que, también, somos parte.
- La congestión en las 32 ciudades cuesta 94 mil millones de pesos al año, el equivalente a tres veces la inversión proyectada para la Ciudad de México en transporte público de 2018 a 2024.
- Los costos abonan a la desigualdad social. Los usuarios de transporte público pierden 69 mil millones de pesos anuales en oportunidad de ingreso, casi tres veces más en comparación de quienes usan automóvil, que pierden 25 mil millones de pesos.
- En términos de tiempo, el costo de la congestión es de 100 horas anuales promedio por persona: los usuarios del transporte público pierden 118 horas al año, mientras que quienes usan automóvil pierden 71 horas.
*La autora es periodista, activista en temas de Transparencia y acceso a la información; y estudiante Sociología y Derechos Humanos.
@Chielona FB: Sheila Arias
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