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    Desconexión con la naturaleza, parte de la historia ambiental de Mazatlán

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    Por: José Manuel Serrano

    La historia reciente de Mazatlán se ha construido bajo una desconexión constante de sus habitantes con la naturaleza, lo que a su vez ha permitido la depredación del entorno natural y su urbanización descontrolada. Ejemplos hay.

    Mi abuelo Manuel era aluminiero. Llegó a Mazatlán alrededor de 1958 con mi abuela y dos niños pequeños. Vino al puerto a trabajar en la construcción de ventanales; no sabemos si en un hotel o en algún edificio de gobierno, pero estuvo aquí por dos años, hasta que se acabó el trabajo o se cansó mi abuela del calor y regresaron a la Ciudad de México. En ese lapso nacieron dos «patasaladas»: mi mamá y un tío. 

    Mis abuelos y sus hijos fueron, temporalmente, parte de esa población migrante que llega a Mazatlán en uno de esos pulsos expansivos de urbanidad, precisamente en los años en que se construyó el malecón. Varios años más tarde, mi mamá y mi papá decidieron regresar a Mazatlán para salir de la caótica Ciudad de México. Es posible que casi todos en Mazatlán podamos rastrear esos porqués y cómo llegó nuestra familia al puerto, una, dos o más generaciones atrás. Porque ya sea de cerca o de muy lejos, por tierra o por mar, no han parado de llegar fuereños a esta ciudad desde que se fundó.

    Mazatlán creció en la desembocadura de cauces de agua, rodeado de manglares, humedales y selva baja caducifolia, todos estos ecosistemas caracterizados por la calurosa humedad que se aviva alrededor de extenuantes veranos. Esta condición climática plantea la posibilidad de una interacción limitada de los pobladores con la naturaleza debido a la necesidad de protegerse de las condiciones adversas: calor, humedad, mosquitos, serpientes y vegetación exuberante o espinosa. Este ambiente adverso encuentra su refugio en la playa, donde la frescura de las olas alivia las contrariedades que se encuentran tierra adentro. 

    Vista aérea de la bahía de Mazatlán en 1962. Foto tomada del Facebook de Fernando Higuera Mx «Pechesaurios».

    Esta contradicción entre la hostilidad y la habitabilidad ofrece un ambiente propicio para evaluar si la relación de la población mazatleca se puede explicar con ayuda de la hipótesis del ambiente hostil, la cual sugiere que en regiones donde las condiciones climáticas o ambientales son extremas (por ejemplo, climas extremadamente fríos, calurosos, húmedos o áridos), las personas tienden a evitar el contacto frecuente con la naturaleza debido a la incomodidad o los riesgos asociados.

    En el libro “Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen”, publicado en 2005, el biólogo evolutivo Jared Diamond explora cómo las sociedades en diferentes entornos naturales, a menudo hostiles, han tenido que adaptarse para sobrevivir o han fracasado debido a la incapacidad de hacerlo. Aunque no se centra exclusivamente en la desconexión con la naturaleza, sí aborda cómo los ambientes adversos pueden influir en la relación de las personas con su entorno, un escenario propicio para la desconexión de los humanos con la naturaleza. 

    En el marco de sus particularidades climáticas, geográficas, históricas y culturales, es probable que una ciudad como Mazatlán no colapse muy pronto, pero sí la idea de ciudad que, hasta muy recientemente, hemos tenido sobre ella.

    La construcción del puerto y la playa turística

    En el siglo XIX, Mazatlán tuvo su primera gran expansión como centro de población, pues desde este puerto se dio salida a los productos mineros extraídos del centro y sur de Sinaloa, lo que generó un comercio local y regional de diversos suministros. El carácter cosmopolita del puerto se acentuó en esa época, con familias e individuos que arribaron desde distintas geografías cercanas y desde otros continentes. 

    Las consecuencias del auge minero del Pacífico llevaron consigo la configuración de una urbe que padeció de inundaciones que propiciaban la contaminación de los pozos domésticos de agua, los cuales en tiempos de sequía se volvieron insuficientes frente al crecimiento poblacional y el hacinamiento en el área que hoy reconocemos como Centro Histórico. Hacer crecer una ciudad en un área con altitud media de tres metros a la orilla del mar es un desafío o una muy mala decisión si se opta por cerrar los ojos a la topografía y a los ciclos de lluvia.

    El urbanista mazatleco y profesor de la UAS, José Luis Beraud Lozano, a lo largo de muy detalladas investigaciones, sintetizó la historia de Mazatlán como una urbe que, desconectada de los vaivenes de su entorno, floreció desde sus primeros orígenes entre decisiones de expansión de la mano de la especulación inmobiliaria y procesos de invasión de territorios sin planificación pertinente. Esta depredación ambiental no ha sido dependiente de los ingresos de sus perpetradores, aunque sí podría serlo su magnitud. La historia de estas desconexiones ambientales entre los habitantes mazatlecos y su entorno los describió Beraud Lozano en diversos artículos y libros en algunos hitos relevantes:

    • En 1906, se inició la construcción del puente que más tarde recibió el nombre de Juárez, el cual redujo la anchura de la boca del estero de El Infiernillo de 240 a sólo 40 metros. Desde entonces, no se mantiene desazolvado por la fuerza natural de la marea y el flujo de agua hacia el mar; en lugar de ello, acumula desechos urbanos e industriales que se vierten en sus alrededores, y ya no quedan rastros de la abundancia de peces que décadas atrás se podían pescar ahí.
    • A partir de la década de 1940, la construcción del puerto implicó, además de los rompeolas que conectaron la Isla de Chivos con la Isla de la Piedra y el Cerro del Crestón con el Cerro del Vigía, el relleno de más de 50 hectáreas de aguas marinas en lo que hoy es Playa Sur. Tras esto, una playa se destruyó para dar paso a dos colonias que robaron terreno al mar. El ecosistema acuático natural fue reemplazado por un hábitat artificial, donde la lógica dominante ya no estaba definida por la regulación homeostática entre el mar y la tierra, sino por el apetito de plusvalía del capital inmobiliario y los intereses estatales.
    Naturaleza
    Isla de los Chivos. Foto: Son Playas.
    • La construcción de la Avenida del Mar, que inició en 1958, trajo como consecuencia la desecación de lagunas y tierras inundables que conectaban con la costa. Los vestigios de aquel sistema de humedales se conservan en menos del 10% de su extensión original de inundación en las lagunas del Camarón y del Acuario. La construcción del malecón en la Avenida Quirino Ordaz marcó casi el 100% de la desaparición de la vegetación original en lo que hoy son las colonias Ferrocarrilera, Palos Prietos y Flamingos.
    • El relleno que desapareció la Laguna Gaviotas en la década de 1980 dio paso a la construcción de la Zona Dorada, sus hoteles y las colonias de alta plusvalía adyacentes, cuya ocupación original suele inundarse en cada ciclo de lluvias pese a la supuesta operación de una bomba que desahoga artificialmente el exceso de agua en el alcantarillado local.
    Naturaleza
    Una sección de la laguna del Camarón. Foto: Son Playas.
    • El Plan Parcial de Regeneración del estero El Infiernillo, ejecutado entre 1984 y 1986, buscaba sanear la laguna y su relación con la población asentada en los alrededores. Sin embargo, solo logró asentar la transformación urbana de las tierras ganadas al mar. De las 381 hectáreas originalmente cubiertas de agua por la laguna de El Infiernillo, hoy solo quedan 96 hectáreas de aguas contaminadas.
    • La construcción del megaproyecto de la Marina El Cid en la década de 1990 destruyó la laguna de El Sábalo, reemplazando el ecosistema natural por una marina artificial que desazolvó la laguna, deforestó el bosque de mangle y reemplazó la selva y los humedales adyacentes por un desértico campo de golf.
    • La puesta en marcha en 1997 de la planta termoeléctrica que sigue funcionando a base de combustóleo, uno de los aceites más pesados y contaminantes. Su operación no solo vierte contaminantes a la atmósfera, sino que también trastoca el funcionamiento de las lagunas de Urías, La Sirena y El Infiernillo.
    Manglares
    La desembocadura del estero se redujo 92 por ciento al pasar de 500 metros a solo 40 entre los años 1933 y 2020. Foto: Christian Lizárraga/Son Playas 2021.

    La agresiva expansión de lo urbano

    A esta historia, recogida en la literatura científica de Beraud Lozano y documentada por años en los archivos del Consejo Ecológico de Mazatlán, habría que agregar el crecimiento descontrolado y fuera del marco legal vigente en Mazatlán de nuevos edificios en la zona costera y de fraccionamientos en la colindancia rural de la ciudad. Como respuesta a estos actos delincuenciales contra el ordenamiento urbano, han surgido distintas protestas e inconformidades de forma aislada, vecinos que se organizan con otros vecinos cercanos, sin que se haya logrado hasta ahora una articulación de los afectados en distintas colonias, barrios y ejidos.

    Actualmente, Mazatlán enfrenta uno de los pulsos más álgidos y agresivos en esta oleada de proyectos destinados al crecimiento económico basado en la especulación inmobiliaria y el turismo masivo. Este crecimiento descontrolado sobre terrenos inestables se explica, en parte, porque la mayoría de la población de Mazatlán proviene de otras regiones y mantiene una conexión reciente con el área. Así, los pulsos de expansión económica no solo incrementan la población, sino que también impulsan la urbanización descontrolada al hacer crecer la mancha urbana mediante una estrategia inmobiliaria común en el pasado, como ha sido el relleno de humedales para la construcción de infraestructura habitacional y turística.

    En resumen, parece claro que la historia reciente de Mazatlán se ha construido bajo una desconexión constante de sus habitantes con la naturaleza, lo que a su vez ha permitido la depredación del entorno natural y su urbanización descontrolada. 

    Torres de condominio
    Una de las tantas torres de condominios que se construyen en la ciudad. Foto: Son Playas.

    Como en otras ciudades de Sinaloa y México, estas oleadas de urbanización han sido impulsadas por la corrupción de las autoridades, que se coluden con empresarios e inversionistas para ignorar leyes de protección ambiental y ordenamiento territorial. No es casualidad, considera Blanca Roldán, académica del Doctorado en Gestión de Turismo de la Universidad Autónoma de Occidente (AUdeO), que ninguno de sus estudiantes de Mazatlán elija la línea de turismo sustentable. Hay, dice, una desconexión de los mazatlecos con la naturaleza.

    La pregunta para quienes desean continuar viviendo aquí es si habrá que enfrentar también la hostilidad de la agresiva expansión urbana, o si ya existe una generación lo suficientemente consciente para asegurar que la ciudad crezca con planeación y consenso.


    José Manuel Serrano es biólogo (UAM Xochimilco) y Doctor en Ciencias con especialidad en ecología y biología evolutiva (Universidad de Chile). Entre otras investigaciones ha estudiado la diversidad de anfibios en Sinaloa y la comunicación acústica en anfibios en México y Chile.


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    José Manuel Serrano
    José Manuel Serrano
    José Manuel Serrano es biólogo (UAM Xochimilco) y Doctor en Ciencias con especialidad en Ecología y biología evolutiva (Universidad de Chile). Entre otras investigaciones ha estudiado la diversidad de anfibios en Sinaloa y la comunicación acústica en anfibios en México y Chile.