Este mes de mayo, luego de dos años que no pudo efectuarse, se reanuda la celebración en el municipio de Escuinapa, Sinaloa, de la Fiesta del Mar de las Cabras. Es este uno de los mecanismos más efectivos para reafirmar la cohesión y la identidad común de los escuinapenses, quienes año tras año, durante cinco días, se reúnen en masa en el mismo lugar para hacer siempre lo mismo, como si se tratara de un ritual colectivo; pues, aunque a nadie se le ocurre que se trata de una fiesta religiosa, tiene características que apuntan hacia un origen como tal.
La fiesta se celebra a finales de mayo, cuando el calor comienza a apretar y la sequía alcanza su punto álgido, lo que da la sensación de que el tiempo pasa más lentamente. “Más largo que el mes de mayo” es un dicho muy socorrido para señalar algo que se vuelve intolerable. Este mes está marcado sobre todo por la ausencia de lluvias y la escasez de trabajo: las ciruelas no terminan de madurar; no hay todavía camarón; los pescados y las jaibas son cada vez más escasos; están terminando las temporadas de recolección de moluscos de concha y de la extracción de sal; y aún no se comienza a arar la tierra. Incluso en los últimos tiempos, desde la introducción del riego a finales de la década de los 60 del siglo pasado y la implementación del mango como cultivo dominante, la fruta aún está verde en los árboles y no se tiene la certeza de si va a haber una buena cosecha, si va a “tener precio” o los estadounidenses no van a poner trabas para su exportación. Es, sin duda, la época de mayor ansiedad entre los habitantes del municipio de Escuinapa por el futuro. “… la ejecución del ritual, dice el historiador de las religiones Walter Burkert, surge de la ansiedad y está diseñada para controlarla”.
Se podría considerar la posibilidad de que la fiesta celebrada en Escuinapa tenga un origen europeo; ya que tiene importantes similitudes con las otrora famosas fiestas de mayo. Dice por ejemplo E. Muir en su texto Fiesta y rito en la Europa moderna, que en éstas: “La gente del pueblo se divertía plantando los mayos, encendiendo hogueras, jugando al balompié, disputando carreras, bailando y flirteando. Los aldeanos acudían al bosque donde cortaban un árbol de mayo (el símbolo más obvio del falo) que erigían frente a la iglesia parroquial y, al parecer, muchas parejas jóvenes “se perdían” por la noche en los bosques para practicar un amor semiclandestino. Las estadísticas demográficas históricas de Inglaterra pueden demostrar que en los meses de mayo y junio se producían más concepciones que en cualquier otra época del año” (Muir, 2002: 111-112). Cualquier escuinapense notará que en especial los dos últimos puntos se aplican también a la fiesta de la Cabras.
Sin embargo, la fiesta parece parte integral de la tradición indígena regional, por lo que no resultó sorprendente el hallazgo de vestigios que nos muestran que sus inicios se remontan a la época prehispánica.
No obstante, de acuerdo con la historia oficial del Ayuntamiento de Escuinapa, la primera vez que esta fiesta se llevó a cabo fue en 1904. Sin embargo, en un artículo (de autor anónimo) de 1870 titulado simplemente Chiametla se lee: “En los primeros días de mayo cuando el sol arroja sus rayos perpendiculares y toda la naturaleza parece envuelta en una atmósfera de fuego, la playa de Chiametla se engalana y toma una animación poco común. Casi todos los habitantes del distrito de El Rosario concurren a los paseos del mar, a la barra de Chiametla y de improviso, en la desierta playa, parece que brota como por encanto una población, cubriéndose sus arenas de multitud de enramadas para alojar a los paseantes, otras se convierten en salones de baile, partidas de juegos y puestos de frutas”. En 1870 Escuinapa pertenecía al distrito de El Rosario.
Pero incluso antes ya se celebraban rituales a orillas del mar: El fraile franciscano Antonio Arias y Saavedra, quien vivió en la región entre 1656 y 1673, describe: “Es costumbre en el pueblo de Olyta [situado en la Boca de Teacapán] en el principio de las aguas, juntarse todos los naturales y ancianos del y elegir por capitán o atzaquani (para que cierre las aguas de la pesquería del camarón) al más digno… y cuando es tiempo el cual reconocer por la entrada del sol que es el Nycanori o en su idioma natural que es la totorame Yequi que interpretan en el idioma mexicano quihaihuini ques llovedor y creador de las aguas y los peces. Hace luego inmediatamente el capitán ayuno de cinco días en los cuales no come sal ni chile y guarda castidad todo el tiempo de la cosecha, teniendo por cierto que si la quebranta ha de morir, ofrece después del ayuno una bola de pepitas de algodón envuelta en pabilo y pendientes de ella unas plumas de garza coloradas y al acostarse de parte de noche dice estas palabras: Neamoc, tamex yequi, que quieren decir: ‘Señor, hijo de dios llovedor y criador de las aves y peces, dános camarón’, repitiendo muchas veces estas palabras, con que dicen se le aparece en sueños y le responde: Amyn Moctanex Noxuu, que quiere decir: ‘Amigo te daré camarón, y este por la mañana avisa al pueblo dando razón de lo sucedido y tratan luego de su pesca ofreciendo en las aguas vino que llaman Alasán y otras cosas y el primero que entra a la pesca es el dicho Atzaquani el cual luego que saca el primer camarón le disponen un vaso, una bebida que ellos llaman Paxnal; el cual coge los camarones que caben en la mano y echa en el Paxnal y bebe…”.
Pero incluso antes se celebraban fiestas a orillas del mar: visto desde los sitios arqueológicos de El Calón y Juana Gómez, dos de los principales asentamientos prehispánicos del municipio de Escuinapa, en el solsticio de verano, el sol se pone entre los cerros de Chametla y de Las Cabras. Al pie del cerro de las Cabras, entre éste y el mar, hay una pequeña laguna de agua dulce, la cual permanece con agua todo el año, incluso en la temporada de secas.
A la orilla de la laguna están los restos de una plaza de aproximadamente 25 metros por lado, limitada por plataformas bajas alargadas; ahí inicia una especie de calzada de más de 6 metros de ancho, limitada a ambos lados por muros de piedra de casi 1 metro de ancho. Se dirige primero en dirección norte en el espacio entre dos pequeños cerros y más o menos a la mitad entre ambos vira hacia el este e inicia su ascenso hacia la parte alta del cerro del lado este donde remata en una serie de plataformas escalonadas, hasta llegar a la cima donde hay un espacio plano, de unos 40 metros de diámetro, el cual, al parecer fue nivelado artificialmente. Al oriente, por donde sale el sol, hay un afloramiento rocoso.
Interpretamos este último espacio como un patio de mitote, es decir, un espacio ritual. En la actualidad, entre los grupos indígenas del Nayar tiene un lugar destacado el mitote de petición de lluvias, que se celebra precisamente a finales de mayo-principios de junio y es en éste, tanto entre coras y tepehuanos, cuando hombres y mujeres consumen bebidas de maguey preparadas en la misma comunidad. Dice Philip Coyle: “La embriaguez entre miembros masculinos y femeninos de la comunidad funciona como metáfora de la cópula cósmica entre el cielo y la tierra. Y con ello, simboliza la fertilidad…”. Entre los huicholes, por su parte, durante la fiesta de la siembra (Namawita Neixa), que se efectúa en el solsticio de verano: “Se trata de la única fiesta -dice Johannes Neurath- en la que el cantador mira hacia el poniente y en la que la salida del sol no tiene importancia, porque no se festeja el triunfo del sol sobre la oscuridad sino lo contrario: ‘se hace fiesta para el sol que se mete’. El astro diurno devorado por la oscuridad. En la danza, Takutsi [diosa de la vegetación y de la fertilidad] tiene un papel protagónico. La fiesta de la siembra es el momento de celebrar la sexualidad y todos los demás placeres reprimidos…”.
Así pues, reiteremos, aunque ningún escuinapense en su sano juicio consideraría a la Fiesta del Mar de las Cabras como una fiesta religiosa; la verdad es que, parafraseando a E. Jünger, es difícil distinguir en ella “entre mero esparcimiento social y algo diferente que sobreviene para profundizar y exaltar, [en fin] entre fiesta profana y ceremonia sagrada”. Ahí pasado y futuro se entrecruzan y se concentran en la prodigiosa tensión del instante festivo. La fiesta del Mar de las Cabras es “una traza del antiguo mundo, con su inquietante poder de contagio”, “…un eco, un reflejo de épocas remotas, cuando los dioses entraban en nuestra vida y se sentaban [a beber] a nuestra mesa”.
Pero, sea como sea, ¡Tú no te fijes! ¡Son playas!
GALERÍA
Fotos: Elizabeth Acosta Briseño
Notas relacionadas:
El Calón y otros espacios rituales en las marismas de Escuinapa