El impacto del hombre sobre el delta del río Colorado es innegable. Lo que antes fue un hábitat estuarino dinámico, hoy lucha por no quedar sólo como memoria del pasado. Contra viento y con apoyo de las mareas, expertos y organizaciones ambientales hacen labores titánicas para abrir paso al agua dulce para que en su encuentro con agua marina, mantenga vivo este ecosistema único.
Imaginar al delta del río Colorado reverdecido, como si el agua fluyera sin las contenciones en su cauce, es anhelar justicia ambiental. Lo que fue un cauce dinámico, que cambiaba bruscamente en su volumen entre deshielos y épocas de secas, ahora se muestra como un desierto lodoso. Entre tanto campo inhóspito, un canal reforzado gracias al esfuerzo de organizaciones ambientales es apenas un hilo de agua dulce de lo que fue.
Las ramificaciones que se forman cuando un río desemboca en el mar dan origen al delta. Antes de la llegada del progreso, el delta del río Colorado se extendía por 400 mil hectáreas de bosques riparios y humedales de agua dulce. A principios del siglo XX, sin la presencia de presas, la entrada en volumen de agua alcanzaba los 15 millones de metros cúbicos al año. Durante la temporada de deshielos, la influencia del río podía extenderse por 65 kilómetros dentro del mar, generando un rico hábitat lleno de nutrientes aprovechados por cientos de especies para las etapas de reproducción y desove.
Era un delta tan único que se daba un tidal bore como en pocos lugares. Un fenómeno natural influido por el ciclo lunar donde la creciente de la marea empujaba con tal fuerza que en su choque con el agua saliente del río, generaba un ruido ensordecedor. Tanto la gente local del sur del Valle de Mexicali como los cucapá lo conocían como ‘El burro’.
Con la construcción de la presa Hoover en 1936 y, principalmente, la construcción de la presa de Glen Canyon en 1963, ambas en Estados Unidos, se dio el periodo de mayor impacto en la zona deltaica. El corte en los flujos de agua de 1963 a 1979 acabaron con el 80% de los humedales y ecosistemas riparios del lugar. Sin plantas, se alejaron las aves. Y el rebuzno del agua fue acallado, año tras año, hasta quedar convertida en una quedita ola de apenas centímetros.
“Qué horror que México y Estados Unidos hayan firmado un tratado de aguas para matar un ecosistema. Qué ignorancia la de aquella época. El delta era un ecosistema muy rico, y comenzando los ochentas, el delta ya había muerto”, explica Exequiel Ezcurra, botánico con especialización en zonas áridas.
Era otra lógica la de antes, como bien explica el experto, de una época en la que los tomadores de decisiones suponían que toda agua dulce que llegara al mar, era un desperdicio; que perderla era casi un delito. Bajo la misión civilizatoria, tanto en Estados Unidos como en México, de utilizar el cien por ciento del agua dulce del río Colorado para consumo humano, también se firmó la sentencia de muerte de los ecosistemas en el delta del río Colorado.

Abriendo paso al río
Visto desde las alturas, el delta del río Colorado muestra las huellas de su fuerza como pruebas de su existencia. Domina el color ocre integrado a extravagantes formas que lucen como raíces de un árbol seco. De las figuras curvadas emanan pequeños hilos marrones que permiten imaginar un flujo de agua que anduvo, que vivió a su manera, que sintió el piso y que dejó su memoria.
Después de los bruscos cambios en la cuenca del río, la región estuarina se convirtió en una zona inhóspita de planicies lodosas de poca vegetación. Este lugar, que fuera el punto de intercambio entre aguas del río Colorado y aguas saladas del Alto Golfo de California, parece una extensión más del desierto. Pocas plantas han logrado sobrevivir a los drásticos cambios históricos. Tan sólo las ramillas de los pastos salados parecen aguantar la presión del ambiente con veranos que alcanzan los 50 grados Celsius.
“Siempre he pensado en el estuario como una batalla entre el agua dulce y el agua de mar. Una relación que ha cambiado a lo largo de su historia. El impacto sobre el estuario es impresionante; entre agua dulce, agua salobre e hipersalina debido a la evaporación. Es una zona de muchos cambios y esto tiene un efecto directo sobre la vegetación. Con el agua salada, avanzan los pastos marinos; con el avance del agua dulce, la flora ribereña de álamos y sauces”, dice Tomás Rivas Salcedo, especialista en restauración en Sonoran Institute. Actualmente, los pastos salados avanzan hacia territorio continental; sin flujos de agua, el río va perdiendo la batalla.

Lo cierto es que el agua dulce del río existe y se manifiesta en forma de infiltraciones y del flujo que llega del río Hardy, abastecido en su mayoría de aguas tratadas y de los drenes agrícolas. Sin embargo, la cantidad es tan poca que no logra superar los niveles topográficos y una barrera de sedimentos acumulados que corta su paso. Sin la fuerza ejercida de las antiguas bajadas por deshielos, el agua queda detenida sin posibilidad de mayor avance.
Frente al reto de la barrera de tierra, el equipo de Sonoran Institute ha repetido un proyecto de desazolve para promover la reconexión entre el río y el estuario. Sin embargo, abrirse paso en un terreno lodoso, sin accesos fáciles ni capacidad de maniobra, es una tarea compleja que ha requerido un extenso trabajo de logística por parte del equipo técnico. Desde el reto de conseguir el financiamiento, de contar con la maquinaria adecuada y de tener el personal capacitado.
A la fecha, la organización ambiental binacional ha completado tres trabajos de desazolve en el estuario. El primer trabajo fue realizado en 2011, mediante el cual lograron abrir 700 metros de paso de agua. La segunda etapa, completada en 2016, contó con el apoyo de maquinaria anfibia con la que lograron abrir 9 kilómetros de paso en la parte alta del estuario. En 2019, en la parte norte del río, se trabajó un tramo de 20 kilómetros de desazolve, lo que mejoró considerablemente el flujo de agua.

Si bien el canal cumple con su objetivo, en un entorno cambiante, nunca se puede cantar una victoria definitiva. Al ubicarse dentro de una zona de actividad sísmica, los movimientos de la tierra han generado cambios en la topografía que han obligado a actualizar los mapas de trabajo. Asimismo, las capas de sedimentos continúan llegando y hacen que nuevas labores sean necesarias para mejorar el paso. Actualmente, sólo cuando hay un buen flujo de agua dulce, en combinación con mareas altas, se logran los intercambios deseados.
No obstante los retos, los frutos de la restauración son evidentes. A partir de 2016, Tomás ha presenciado los cambios en la zona: desde peces de agua dulce que han colonizado áreas que antes eran hipersalinos, hasta pelícanos y aves migratorias que vuelven a descansar en el lugar.
“Lo que queremos es contar con suficiente cantidad de agua para bajar los niveles de salinidad y que ésta pueda llegar un poco más abajo. Los efectos por la restauración son visibles, claro que son a pequeña escala. Solo el tiempo nos dirá de los resultados a largo plazo”, confiesa Tomás Rivas.
Lo cierto es que el futuro del delta del río Colorado depende, en gran medida, de la capacidad de Estados Unidos y México de garantizar un volumen de agua exclusivo para la zona. Este flujo, considerado en la Minuta 323 por la Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA) fue realidad en el año 2021, y si nada falla, deberá repetirse en los próximos meses de este año. Mientras tanto, los pastos salados mantienen la delantera en un desierto lodoso que se mantiene quieto, quemándose bajo un sol, en espera de que llegue agua fresca con la promesa de un mundo que fue.


*Este trabajo periodístico forma parte del programa de difusión del Water Desk en Colorado, Estados Unidos. Son Playas lo replicó por su valor informativo, sin fines de lucro.
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