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    Sinaloa y la peregrinación de los aztecas

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    La conmemoración de los 700 años de la fundación de Tenochtitlan y los 500 años de la consumación de la conquista de la propia capital de los mexicas por los españoles, el 13 de agosto de 1521, resulta el pretexto ideal para abordar uno de los tópicos recurrentes cuando se habla del pasado prehispánico sinaloense: el supuesto paso de los aztecas por estas tierras en su peregrinar rumbo al centro de México.

    La realidad histórica o no de los sucesos narrados en el relato sobre la peregrinación de los aztecas o mexicas desde su salida de Aztlán hasta su llegada al centro de México y la fundación de Tenochtitlán es uno de los temas que se han discutido desde prácticamente la consumación de la conquista de México: Uno de los puntos que más ha destacado es la ubicación de los distintos lugares en que se detienen durante su recorrido. Uno de estos lugares es Hueyculhuacan o Teoculhuacan, o, para abreviar, Culhuacan, que es de hecho la primera parada, luego de la salida del lugar de origen, Aztlán.

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    De Aztlán a Teoculhuacan (Lámina 1 del Códice Boturini).

    En lo que ahora es el noroccidente del país, la dirección desde la cual arribaron los mexicas al centro de México, hay varias comunidades o parajes con el nombre de Culhuacán o Culiacán. Entre las más importantes están Culhuacán, en la propia cuenca de México; el cerro Culiacán, en Guanajuato y, por supuesto, Culiacán, en Sinaloa.

    La peregrinación azteca por Sinaloa, ¿ocurrió?

    Es la existencia del topónimo Culiacán lo que ha permeado la idea de que los aztecas pasaron por Sinaloa. Esta fue defendida y difundida a finales del siglo XIX por Eustaquio Buelna, para quien los aztecas (y también los toltecas, por cierto), se detuvieron brevemente en Sinaloa en su peregrinaje hacia el centro de México desde su lugar de origen… la Atlántida. Sin duda, la posición de Buelna descansa en el afán decimonónico de los estados norteños de posicionarse como parte de México, (que mejor que hacer de Sinaloa la cuna de la mexicanidad). Buelna no se contenta con señalar el paso de los grupos nahuas por aquí con una estancia de tres años, sino que hace de Culiacán el lugar donde “se verificó el suceso más trascendental de toda su historia”: ¡el nacimiento de su dios Huitzilopochtli!

    aztecas
    Petrograbados en el cerro del Tecomate. Imagen: cortesía.

    En realidad, en la mitología mexica, Huitzilopochtli nace en Coatepec no en Culhuacán; sin embargo, no son pocos quienes han apoyado la posición de Buelna. Manuel Bonilla, por ejemplo, en su libro De Atlatlán a México. Peregrinación de los nahoas, sigue a pie juntillos el itinerario propuesto por Buelna y agrega las manifestaciones gráfico rupestres o petrograbados como sustento para confirmar a Culiacán como el nacimiento del dios principal de los mexicas.

    En particular destaca el sitio ubicado al pie del cerro del Tecomate, entonces bajo la jurisdicción política de Culiacán, en la actualidad de Navolato; donde un personaje en posición de parto lo interpreta como “indicio vehemente de que fue allí donde se inventó el mito de Huitzilopochtli”.

    Como señalamos en la colaboración anterior, la interpretación de los grabados en piedra es una de las cuestiones más peliagudas en arqueología, pues pueden tener múltiples significados, y en última instancia, ni siquiera sabemos la antigüedad de los petrograbados del Tecomate. De cualquier modo, sería más pertinente acercarnos a su interpretación desde la etnohistoria y etnografía de los grupos cahitas.

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    Figura en posición de parto. Imagen: cortesía.

    Por su parte, Jesús Lazcano en su texto El Chicomoztoc de Culhuacan (Culiacancito, Sinaloa), sitúa a Aztlán en la isla de Altamura, enfrente precisamente del Tecomate y a Culiacán, o más bien Culiacancito, lo empata con Chicomoztoc, es decir, va más lejos que Buelna y Bonilla, y hace del centro de Sinaloa el lugar de origen de todas las tribus nahuas no solo de los aztecas; pero niega que llegaran desde la Atlántida y en su lugar las hace llegar de Asia; aunque no explica cómo.

    Podríamos considerar estas interpretaciones como hijas de su tiempo y un mero anecdotario, sin embargo, es claro que esta idea se ha perpetuado en el imaginario de los sinaloenses, pues es lo que se reseña en los libros de texto de educación básica, en los escritos de los cronistas oficiales sinaloenses e incluso en los escudos oficiales tanto estatal como de casi todos los municipios.

    La investigación científica sobre la migración

    Investigadores que han abordado el problema de la migración mexica como un relato histórico, que los hay, no han considerado a Sinaloa como parte del recorrido de los nahuas. Alfredo Chavero, en quien se basa Buelna para su idea de la Atlántida como lugar de origen, los hace pasar del otro lado de la sierra. Wigberto Jiménez Moreno considera a la isla de Mexcaltitán, Nayarit, como Aztlán; y Paul Kirchhoff, propone dos lugares para Culhuacán o más bien Teoculhuatlán: Tonalá, Jalisco y el cerro Culiacán en Guanajuato. Demás está decir, que tanto en Nayarit como en Guanajuato hay reclamos para asumirse como la cuna de la mexicanidad.

    Entre los que defienden la idea que se trata de un acontecimiento estrictamente mítico y que Aztlán es en realidad la proyección de la propia Tenochtitlán “al tiempo del allá y entonces”, podemos mencionar a Eduard Seler, Christian Duverger, Enrique Florescano, Michel Graulich, Alfredo López Austin y Leonardo López Luján. Estos dos últimos sostienen, además, que se trata de una ideología política que se originó casi 500 años antes de la supuesta llegada de los mexicas a Tenochtitlán y que se trata de la adecuación de un mito antiguo.

    En los últimos años, sin embargo, domina la interpretación que se trata, sí de un relato mítico, pero con sustento histórico; no obstante, la podemos dividir en tres posiciones. Una es la defendida principalmente por María Castañeda de la Paz; quien separa la peregrinación en dos tramos. Según ella, de Aztlán a Coatepec estamos totalmente dentro del terreno del simbolismo mítico; es decir, no se trata de realidades geográficas sino de conceptos; mientras que el segundo tramo, sí se refiere a lugares específicos dentro de la cuenca de México, pero igualmente cargados de simbolismo.

    Castañeda asume que Aztlán es el reflejo en el mundo mítico de Tenochtitlán, mientras que Teoculhuacan o Hueyculhuacan es la ciudad arquetípica del mundo tolteca, esto es el símbolo de la civilización y la cultura: “La representación de un glifo torcido junto a Aztlán…, expresaría entonces la aculturación de los pueblos chichimecas, pero no por ello renunciando a su glorioso pasado guerrero” (Castañeda, 2002, p. 181). En suma, para Castañeda, el relato de la peregrinación azteca es “la historia de los habitantes de Tenochtitlan, la legitimidad de su altepetl y su derecho a gobernar” (Ibíd., p. 202).

    Una segunda posición es la de Erik Damián Reyes y José Rubén Romero (2019), quienes consideran que Aztlán y Tenochtitlán son efectivamente el mismo lugar, pero separados por 200 años. De acuerdo con ellos, la isla donde luego se fundaría Tenochtitlan ya estaba habitada antes del año 1200, pero tuvo que ser abandonada a consecuencia de una gran inundación que afectó en su totalidad a la cuenca de México entre 1150 y 1200 d.C. De la isla, Aztlán, se dirigieron a Iztapalapa, al que empatan con Teoculhuacan, que poco después sufre también los efectos de la inundación por lo que deben continuar su camino a una zona más alejada de los lagos, hacia las cercanías de Tula. Cuando las aguas retoman su nivel, emprenden el camino de regreso hacia el mismo lugar desde el que habían salido 200 años antes. Así, aunque aceptan que la narración tiene una estructura mítica, para ellos es claro que tiene sustento histórico; pero todos los lugares señalados están dentro de la misma cuenca de México, punto de partida y llegada.

    Por su parte, Federico Navarrete señala que la migración mexica no puede ser una mera invención, sino que debe “tratarse de una adaptación, de una exageración, o de un eufemismo; es decir de la presentación de un evento pasado a la luz más favorecedora y halagüeña posible para quienes lo cuentan (Navarrete, 1999: 247); pero esta adaptación no lo es de la realidad “tal cual”, sino de una tradición con una gran profundidad temporal y compartida por muchos grupos: “Cuando afirmo –escribe Navarrete- que las tradiciones indígenas son históricas, no estoy diciendo que se conformen al ideal científico de la memoria histórica. Simplemente estoy afirmando que son discursos sobre el pasado que tienen considerable antigüedad, que se pretenden legítimos; que utilizan criterios particulares para distinguir lo verdadero de lo falso; que parten de una concepción socialmente determinada de la realidad, del tiempo y de los agentes históricos; que tienen un fin persuasivo y legitimador; que está vinculado a grupos específicos” (Ibid., p. 251)

    Bajo esta perspectiva se entiende que también en Sinaloa haya lugares con nombres que apelan a esta tradición compartida, no solo por los grupos nahuas, sino por buena parte de los indígenas del México prehispánico. La llanura costera de Sinaloa a la llegada de los españoles estaba conformada por varias entidades políticas complejas, cuyos gobernantes necesitaban también sustentar su legitimidad, su derecho a gobernar.

    museo arqueológico de Mazatlán
    Posible representación de Piltzintli en una escultura de alabastro del Museo Arqueológico de Mazatlán. Nótese que está también en posición de parto o “sapo”. Imagen: cortesía.

    Fray Antonio Tello incluye en su Crónica Miscelánea de la Santa Provincia de Xalisco, escrita en 1673, una relación atribuida a Pantecatl, un indígena originario de Acaponeta y descendiente al parecer de gobernantes, donde se justifica su dominio con una historia muy similar a la de la migración azteca: un origen extranjero, fueron guiados por su dios, en este caso Piltzintli, y reivindican su carácter guerrero. Es decir, apelaron a los mismos mitos, pero no a los mismos dioses. Busquemos pues en las tradiciones de nuestra región la interpretación de los vestigios arqueológicos. Ello reforzará nuestra identidad como sinaloenses y no nos quitará un ápice de nuestra mexicanidad.

    DATOS

    • El año 1325 tiene mayor aceptación como fecha de fundación de Tenochtitlan, no 1321.
    • La consumación de la conquista española ocurrió 10 años después en Sinaloa (entre 1531 y 1533).

    “La historia ha tomado el relevo de los mitos ‘primitivos’ o de las teologías antiguas desde que la civilización occidental dejó de ser religiosa […] Funciona como lo hacían, o lo hacen todavía en civilizaciones [no occidentales], los relatos de luchas cosmogónicas que enfrentan un presente con su origen”

    (M. de Certeau, La escritura de la historia, p. 61).

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    Alfonso Grave Tirado
    Alfonso Grave Tirado
    Luis Alfonso Grave Tirado es arqueólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), maestro y doctor en Estudios Mesoamericanos por la UNAM. Investigador del INAH Sinaloa en el Museo Arqueológico de Mazatlán. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Desde 1998 realiza trabajos de investigación arqueológica en el sur de Sinaloa donde ha dirigido más de 15 proyectos de investigación. En la actualidad coordina el Proyecto Arqueológico Sur de Sinaloa.